¿Como se llama esta tierra?

*Tierra negra, y pertenece a uno de los reyes de los genios llamado Dhu-l-Dyanayain*

sábado, 17 de mayo de 2008

Carlos Ricaurte: Las pinturas de fútbol a lo largo de su vida












Estaba de afán, trotaba solo por las calles de un poblado solitario y de un otoño de trópico. Trotaba porque ya iba tarde para la entrevista, me dirigía a la casa recoger la cámara y el cuaderno, herramientas para registrar un personaje que no podía perder. Un poco antes escuchaba ritmos tropicales en una noche un tanto melancólica. Era yo un periodista del momento y el lugar equivocado, pero me gustaba sentir la adversidad de las situaciones, escuchar salsa en una noche fría y lluviosa, como si fuera a componer ese verso urbano, salsero, y de película de terror:

Lluvia con nieve,
Lluvia con nieve,
Lluvia con nieve,


También me daba tiempo para la diversión en la antesala de una entrevista muy importante, como si me gustara inconscientemente llegar tarde a todo asunto en algo cargado de seriedad. No me demoraba en irme, pero escuchaba los ritmos afrolatinos para ponerme en contacto con la música de las calles, con el sonido de los carros y los gritos de la gente del pueblo. Untarme un poco de grasita, que llaman, ensuciar la fina camisa que llevo puesta, ponerme las botas y coger un taxi que me llevara a mi casa, de ahí por la cámara y luego corriendo a la casa del personaje que iba a entrevistar.

El futbolista

Trataba de hacerle una entrevista a Carlos Ricaurte, futbolista conocido en la época de los ochentas, sobresaliente en el nacional que cultivó el gran Oswaldo Juan Zubeldia, técnico argentino que paso por el equipo verdolaga desde finales de los setentas hasta principios de los ochentas. Era parte del “Kínder de Zubeldia”, como apodaban a esa generación de buenos futbolistas que aparecieron en el futbol del país como parte de una nueva propuesta futbolística: Generación de un futbol netamente técnico, que apoyaba el florecimiento del buen juego y el toque. Sin olvidar que se creía por primera vez en el jugador colombiano, se vegaba por la actuación prioritaria del jugador nacional sobre la del extranjero. Se creía en el jugador colombiano, salido de esas calles polvorientas y empinadas de las barriadas pobres y de invasión, o el de las canchas de arenilla al pie de quebradas y matorrales. El jugador de barrio que jugaba por diversión y por amor al fútbol, ese buscaban; y allí estaba Carlos Ricaurte, con solo 16 años.

Lo anecdótico del futbol hasta en el encuentro

Yo no me exigía mucho del jugador. Lo imaginaba alcohólico o parrandero, como un jugador oculto y retirado con tintes de cualquier otro futbolista como los conoce la gente; pendencieros, borrachos, aficionados a las mujeres fáciles y apuestas, tal vez traquetos. Podía ser cualquier jugador, incluso uno fracasado en su madurez, muerto en vida, como lo llego a ser Jaime Morón antes de su triste muerte, conectado a un respirador e incapacitado. Pero resulto ser bastante peculiar su condición de retirado. En primer lugar me decía que fuera a una urbanización del poblado, de la que no espero yo encontrar a un futbolista en retiro. Voy trotando, fatigado, me afano, me digo, no puedo perder la entrevista, entro a la unidad residencial, series de altos pilares y edificios que me recuerdan en forma de temor mi repulsión por las alturas. Miraba la inmensidad de los pilares anonadado por la complejidad de aquellos panales altos, colmenas humanas que no dejan de crecer y ramificar. Como Kafka viendo el castillo y tratando de descifrarlo, viéndolo sin verlo, tratando de entrar en el sin saber cómo hacerlo. Estaba vivo, lucido, y aunque fatigado, logre dar con el apartamento elegante del entrevistado.

Salgo del ascensor y encuentro la puerta, timbro sin saber si ha sonado. No he oído el timbre pero puedo ser yo el sordo. Sin saber si ha sonado o no, me abre Carlos, bien porque escuchó el timbre, bien porque sabía que había llegado a la unidad y calculó el tiempo de mi subida, bien porque escuchó los ruidos de mis tropezones y pasos nihilistas. Abrió y asomó la cara sin dejar ver mas, hiso un gesto interrogativo en algo cómico y sin soltar una palabra me dejo pasar. Cuando me disponía a entrar si me saludó. Como me correspondía debía disculparme por la tardanza y lo hice, logré ver algo de su hogar. Un apartamento moderno, tipo loft, donde predominaban las formas de moda y actuales, pero de algún modo los cuadros eran tradicionales, las imágenes de los mismos eran incluso viejas fotos de equipos y nominas, goles y fútbol. Aunque sin ser aplastante. Se lograba pues, un equilibrio en donde ningún tipo de hogar era predominante, en donde solo cada estilo dominaba en cierta parte del apartamento y no en todas. Me senté y ahora me detuve en Carlos, un sujeto ya algo canoso, una mirada seria y unos ojos grandes, abultados, sin que desproporcionara su rostro. Es decir, era de esos sujetos que tenía la capacidad de ser bastante expresivo pero con un ingrediente adicional, que no lo era por lo general, o al menos hasta el momento en que lo había observado. Tras el protocolo nos sentamos en un pequeño comedor de madera oscura y dura, observamos la televisión, un partido del Cúcuta en copa Libertadores, el fútbol en vivo acompañando lo que sería la entrevista.

De la barriada al “Kínder” de Zubeldia

Carlos Ricaurte comienza en la barriada, jugando por diversión con los compañeros de cuadra. Me habla de sus comienzos y lo imagino con un balón viejo y sus botines llenos de arena, sonriente con su combo de amigos en las calles del barrio La Castellana, por ahí por la 80 con 33. Me va contando su historia y yo, dejando la expectativa a un lado voy haciendo imagen de lo que dice. Corría el año 76; El papá de un amigo de él tenía un negocio de confecciones llamado Confecciones “Dumbo”. Gracioso nombre- digo- ¿Y el loguito de también de Dumbo?. "No,- responde serio- en esa época no importaban los avisos".

Me cuenta que el papá de su amigo era accionista del Medellín, y que viéndolo jugar se lo recomienda al Técnico del “poderoso”. Este lo ve jugar en un partido de fogueo, ve su talento como puntero y entre aproximadamente ochenta jugadores es escogido para la selección de Antioquia juvenil. “Compartía con jugadores como Jhon Aguilar, Barrabás Gómez y Javier Álvarez”. Ya de ahí pasa al Nacional de Zubeldia, en el año 77. Le pregunto por la primera impresión que le dejó el legendario entrenador; "Estricto,-afirma decidido y apuntando hacia la mesa- disciplinado y trabajador, y apoyaba al jugador nacional”. ¿Recibió bien de entrada tanta disciplina?, me contesta que él, que era nuevo, si, pero “los jugadores viejos del plantel no recibían muy bien su forma de trabajar, no estaban acostumbrados al ritmo de dos entrenamientos por día”, yo le pregunto que quién, me dice- “Cueto. Cueto al comienzo no trotaba y eso le daba piedra a Zubeldia. Por eso fue que lo tuvieron sentado varios meses. A Zubeldia le gustaba el futbol dinámico, de ida y vuelta, entonces braveaba al que no volviera de ataque a marcar.”

Me entero que debutó contra Santa Fe, en Bogotá, en el 78. Me imaginaba esas épocas soleadas, solares, los uniformes un tanto desteñidos de las fotos de aquellas épocas, que hoy se ven tan calurosas y fiesteras. El fútbol colombiano cuando lo jugaba el jugador de barrio sin más presión que su amor por la camiseta y el balón. Le pregunto,” ¿Aprendió en sus comienzos de algún jugador experimentado en el plantel?”; “De todos aprendí, uno aprende de todos, de Cueto, Guillermo La Rosa, Retat, en especial Retat que me defendía, porque en esa época eran más pillos que ahora, te insultaban y daban mucha pata, y Retat me defendía cuando estaba apenas comenzando, decía, “no te metás con el pelao”. Me imagino un mundo de vivencias en torno al futbol, el balón como centro de discordia, risa, burla, celebración, esfuerzo y fatiga, derrota, victoria, diversión. Y también la habilidad, le pregunto por el jugador que más recuerde por buen jugador. “Cueto por el talento, le decíamos “cucharita” porque la sabia manejar, esconder, y los pases que hacía.”-Calla un momento y cuando retoma su discurso lo hace con liviana risa-“Amagaba con la vista, él mirando para un lado el balón para el otro y nadie sabía que iba a hacer”. Por fin la expresión seria de su rostro da paso a una expresión de liviano desinterés, desprendimiento en forma de risa.

Yo, amante del futbol que soy, no dudo en preguntarle por el plantel de aquel entonces, ¿Cómo era el comportamiento y el ambiente de aquella nomina legendaria de Zubeldia? “Callados, tímidos, pero por profesionales”. Aunque me cuenta que muchos eran parte de lo cómico y anecdótico. “El ‘Chumi’ Castañeda siempre llegaba tarde a los entrenamientos, y nos contaba que era porque se despertaba en punto pero apagaba el despertador y dormía diez, quince minutos mas, hasta que ya iba tarde, entonces cogía taxi para llegar rápido, pero como mantenía sin plata le tocaba bajarse cuando el taxi le marcara lo que tuviera. Se bajaba siempre antes, y lo demás lo hacía trotando.”

También me cuenta de una pelea que tuvo, un encuentro caldeado con un jugador que tilda de “problemático” en el plantel. Y lo dice sin miedos, ya habiendo pasado tanto tiempo desde entonces. “Había también un sujeto problemático, que era Mendoza, el argentino. Me cayó mal. Él tenía problemas de convivencia con el grupo, y tuve un problema con él en mis primeros partidos como profesional, en uno contra Bucaramanga, que iba de suplente. En el bus para Bucaramanga yo cogí un puesto y él me dice “te quitas de ahí que ese puesto es mío”, pero nada, yo le conteste que no, yo no me quito de aquí”. De pocas palabras. Un personaje que lo imaginaba tal como lo veía ahora, un tipo serio aunque sin dejar de ser conversador, es decir, que siempre dicen lo preciso y se disciplinan en lo preciso.




Por eso también seria que tuvo aptitud para sacar adelante, junto con su carrera de futbolista la de Ingeniero Químico, de la que se graduó a finales de los ochentas luego de una década en la que con esfuerzo y paciencia fue realizando sus estudios en el ritmo y horario en el que su vocación al futbol se lo permitía. Decidió estudiar la carrera luego de que su padre, que lo quería ver con objetivos más altos que los del típico futbolista colombiano, le advirtió de los peligros que su forma de vida correría cuando fuera ya un veterano para seguir en la gloria del profesionalismo. “Me reprendió en el momento indicado, porque empiezas a jugar a los dieciséis años y crees que no vas a necesitar más en un futuro. Te conformas con el momento, pero cuando aumentan los gastos y las responsabilidades te comienzas a dar cuenta de que te equivocas”. De modo que la carrera deportiva de Carlos Ricaurte fue exitosa dentro y fuera de la cancha, porque en algún momento él decide que debe estudiar para cuando salga de las canchas y eso va ser una decisión vital, para que luego de tantos años, ahora que lo entrevisto, no lo entreviste en condiciones lamentables sino en lo alto de un castillo kafkiano, retirado en calma del enredo magnifico y a la vez caótico del futbol colombiano de los ochentas.
Pero faltaba mucho por vivir, entre ese torbellino de vivencias se me ocurría preguntarle por casos de anécdota, por el combustible que hace del fútbol un dios moderno.

Me cuenta que su primera expulsión fue en Cúcuta, una vez que le pegó un puño a Américo Ortiz por esas mañas dentro de la cancha que nunca dejan de existir, por meter la mano donde no debe. Pienso y en ese caso cualquiera que se haga respetar le hubiera lanzado el puño. Y que el árbitro que lo expulsa en ese partido es nada más y nada menos que Guillermo “El Chato” Velázquez, el polémico y anecdótico juez, uno de los más conocidos en la historia del arbitraje en Colombia, sujeto vestido de luto que entre otras cosas se conoce por su expulsión al rey Pelé en un partido de exhibición en el Nemesio Camacho “el Campín” de Bogotá. Lo pienso, y yo hubiera querido ser Pelé o Carlos Ricaurte para ser expulsado por una anécdota viviente.

También otro anécdota cómico, como cuando en Manizales en un partido contra el Once Caldas una habilitación que lo deja a él mano a mano con el arquero, y en la que el sale victorioso con un remate certero al arco, se da por un remate desviado, es decir, por saque de meta cuando la pelota había entrado a la red. El problema fue que había un hueco en la red, y por ahí salió el balón. Ahora bien, el recogebolas de aquella portería al ver que había sido gol pero el balón había seguido derecho, agilizo la entrega del nuevo esférico como si nada hubiera ocurrido. Engañó al juez, pero no a Carlos Ricaurte, quien agarró de la camisa y sacudió al arbitrado gritándole que había sido gol. El juez se equivocaba al no dar la anotación, y además de esto no expulsó al jugador por su enfurecido alegato. Todo esto una escena lucida y bonita del futbol colombiano de los ochentas.

O también de sus goles, de sus partidos inolvidables, “sus mejores momentos”-como afirma mirando lejos, haciendo imagen de ellos- “por allá en el 84, en semifinales, en el partido contra el Cúcuta, el de ida, allá, le meto un gol de sombrerito al “tribilín” Valencia. Luego acá en Medellín en el partido de vuelta le hago el mismo gol, también lo baño, pero desde la mitad de la cancha”.

También la época en la que estuvo en la selección Colombia para las eliminatorias al mundial de México de 1986. Me muestra la foto en una pared de su casa, una selección en donde los va nombrando uno por uno. El uniforme un anaranjado con la bandera de Colombia cruzada por el medio, como el caso de la camiseta de Perú o River Plate. No salgo de mi asombro, no sabía que él había jugado junto a Willington Ortiz y había sido dirigido por el “caimán” Sánchez y Gabriel Ochoa Uribe. Eso me demostraba el talento de Carlos Ricaurte sin haberlo visto jugar. ¡Jugar junto al viejo Willington!, y no me guardé la típica pregunta; Usted que jugó con él, ¿Willington o el Pibe?”. Me dice como quien no quiere hablar tanto la cosa “Cada cual es distinto. En especial porque son momentos distintos”- pero me confiesa- “Willington pudo haber hecho más en el exterior que el Pibe, si hubiera tenido más proyección internacional. Lo que pasa es que en esa época no se miraba para acá.” Espero mientras pasa mi asombro, me queda la reflexión “¿Cómo fue que no triunfaron entonces si me está sugiriendo que tuvieron un jugador mejor que el Pibe?”. Se expresa como un científico, llegando un poco al cinismo- “Lo que pasa es que Willington ya estaba…”- Una seña con la mano, apuntando con sus dedos hacia abajo. ¿Decayendo?- “Si, ya estaba en sus últimas, terminando su carrera profesional. Y además que hubieron otros factores, por ejemplo no me gustaba el manejo táctico que hacía Gabriel Ochoa, era muy defensivo.” Me rio, me interesa ver otras facetas y versiones de Gabriel Ochoa, le enfatizo sobre él, me dice: “No vaya creer que yo pienso que era mal técnico, solo que fue muy defensivo en su momento con la selección, ¿pero entonces como cree que llegó a tantas finales de la Libertadores con el América? “ Ahora yo era preguntado, y no me sentía mal periodista, por el contrario, me gustaba que el personaje respondiera con una pregunta, me podía responder mucho más fácil y hacía más amena la conversación.
Le pregunté tres preguntas de importancia. Comencé por decirle que significaba para él las palabras Atlético Nacional. Me responde que todo, que “pasión. Once años. Siempre lo seguí como hincha pero nunca pensé que fuera a jugar en ese equipo. Hubo también algo de suerte”. Me agrega que lo que fueron muchos jugadores de su generación lo fueron gracias a Zubeldia, e incluye a jugadores y técnicos de la talla de Maturana, Víctor Luna, Pedro Sarmiento y Barrabás.
Le pregunto por el dios de la época actual. “¿El fútbol?, El futbol es mi vida, me levanto oyendo y me duermo oyendo futbol.”- Por vez primera su cara fue una fiesta expresiva, alegre y apasionada, un tanto melancólica por la importancia de la palabra que describía, me hablaba mas con el rostro que con palabras acerca de la palabra fútbol-“ Aún todavía lo juego, lo jugamos ex jugadores de Nacional en un equipo que logramos reunir y que jugamos seguido en Campo Amor. Nos lo patrocina Nacional y todo.” Conversamos un poco mas y le pregunto por el dinero y el balón, la mezcla complicada y a veces trágica que vuelve incluso a los ídolos en payasos del pueblo y las muchedumbres. “ La realización profesional muchas veces no tiene que ver con la plata. Vea el caso de Edwin Congo. Jugaba bien en el Once Caldas y luego de que lo pasan al Real, no sabemos nada de él mas de que gana en millones de dólares, pero eso no significa triunfar. Esto es un espectáculo que da plata y los artistas somos los futbolistas”. Veo al futbolista como un bufón, y entre los bufones hay los que solo quieren plata y prestigio, y otros que quieren producir además sonrisas. Recuerdo que el futbol es un negocio, un cruento negocio a veces pintura de la explotación capitalista de las sociedades actuales. El futbol se me antoja una lupa con la cual mirar las sociedades, no solo desde su lado cultural, sino también económico e incluso político. Por supuesto se habla en esta mesa de los narcos, y su relación con el futbol de los ochentas “nadie escapa a los narcos de aquella época, ni los jueces ni los jugadores.”





Carlos Ricaurte formando parte del Atletico Nacional del 86 ( sentado cuarto de izquierda a derecha)


Y de ahí saco mi tercera pregunta, con la cual lo miraría a él, tal como vemos a las sociedades mediante el futbol, como con un microscopio. Un acto y hecho sencillo, tal vez, cómico, surgido de un suceso trágico y que lo define a él, lo explica y lo resume como persona y futbolista.
Corre el año 89, Carlos Ricaurte, después de haber jugado en América y estar jugando a préstamo en el Medellín, juega las semifinales de dicho torneo contra su anterior equipo, el escarlata, sin saber que dicho partido resultaría ser su último partido como futbolista profesional. Lo anecdótico y a la vez trágico de esta jornada fue el posterior asesinato del colegiado Álvaro Ortega, juez central del encuentro, por un error cometido a raíz de la anulación de un gol al Medellín. El árbitro costeño fue abaleado cuando entraba al hotel Nutibara, luego del encuentro.

Le pregunto por dicho suceso y me cuenta:
“ Quedamos empatados. Álvaro Ortega anuló un gol mal anulado, pero nadie pensó que lo iban a matar. Álvaro Ortega era un tipo serio, respetuoso. Lo mataron los apostadores, o eso dicen. Yo por mi parte, no sabía que me iba a retirar en ese partido. Cuando escuché por la radio, siempre que me duermo pongo mi radio, que lo habían matado, en ese momento sabía que se iba a cancelar el torneo.”

Toma un respiro y se calla un momento, yo aprovecho para preguntarle por la forma en que se retira y porque no sabía que se retiraba:
“Mi pase en ese entonces era de América. De Miguel Rodríguez Orejuela. Yo estaba jugando a préstamo en Medellín, y ya después de cancelado el torneo, no sabía que hacer para la siguiente temporada. El caso es que ya me había graduado luego de nueve años de estudio por la noche. Muy verraco estudiar uno por la noche, pero ahora le doy gracias a Dios por el estudio”. Y en fin me dice- ”recibo la llamada de Miguel Rodríguez Orejuela, me dice que me vaya pa’ Cali y que allá arreglábamos mi contrato con América para la temporada que venía. Pero yo lo pienso y le digo:

Yo más bien me retiro”.


Con pocas palabras, con el serio desinterés que lo caracteriza, se retiró del futbol para pasar a una carrera fructífera de Ingeniero Químico. De allí está ahora donde está, pero en realidad nunca se ha despedido del fútbol. Creo yo que se contenta con verlo en los recuerdos y en las fotos y en los guayos, con nostalgia de poeta. Vuelvo a donde había comenzado, al bar de los sones y las salsas, palabras de los pueblos del trópico, un verso tropical me habla de pinturas y goles del barrio:

Las miniaturas, que con salsa matizaste
Y que pintaste con vista del corazón.

viernes, 16 de mayo de 2008

El profetico aforismo 255

Hola amigos! enocontré una extraña profecia musical en el aforismo 255 de Nietzsche en Mas alla del bien y el mal. Parece que hablamos aca del profeta de la salsa!!!!! jajjajajajajajaja juzguen ustedes y comenten.

255


Frente a la música alemana considero que se imponen algunas cautelas. Suponiendo que alguien ame el sur igual que yo lo amo, como una gran escuela de curación en las cosas más espirituales y en las más sensuales, como una plenitud solar y una transfiguración solar incontenibles, desplegadas sobre una existencia que es dueña de sí misma, que cree en sí misma: bien, ése aprenderá a ponerse un poco en guardia frente a la música alemana, pues ésta, en la medida en que vuelve a echar a perder su gusto, vuelve a echar a perder también su salud.

Ese hombre meridional, meridional no por ascendencia, sino por fe, tiene que soñar, en el caso de que sueñe con el futuro de la música, también con que la música se redima del norte, y tiene que sentir en sus oídos el preludio de una música más honda, más poderosa, acaso más malvada y misteriosa, de una música sobrealemana que no se desvanezca, que no se vuelva amarillenta y pálida ante el espectáculo del mar azul y voluptuoso y de la claridad mediterránea del cielo, como le ocurre a toda la música alemana, sentir en sus oídos el preludio de una música sobreeuropea que se afirme incluso frente a las grises puestas de sol del desierto, cuya alma esté emparentada con la palmera y sepa vagar y sentirse como en su casa entre los grandes, hermosos, solitarios animales de presa. ..

Yo podría imaginarme una música cuyo más raro encanto consistiría en que no supiese yo nada del bien y del mal y sobre la cual tal vez sólo acá y allá se deslizasen una cierta nostalgia de navegante, algunas sombras doradas y algunas blandas debilidades: un arte que, desde una gran lejanía, viese cómo corren a refugiarse en él los colores de un mundo moral que está hundiéndose en su ocaso y que se ha vuelto casi incomprensible, y que fuese lo bastante hospitalario y profundo como para recibir a esos fugitivos rezagados.

Irakere en vivo 1981

Un mensaje imperial


El Emperador –así dicen– te ha enviado a ti, el solitario, el más miserable de sus súbditos, la sombra que ha huido a la más distante lejanía, microscópica ante el sol imperial; justamente a ti, el Emperador te ha enviado un mensaje desde su lecho de muerte. Hizo arrodillar al mensajero junto a su cama y le susurró el mensaje al oído; tan importante le parecía, que se lo hizo repetir. Asintiendo con la cabeza, corroboró la exactitud de la repetición. Y ante la muchedumbre reunida para contemplar su muerte –todas las paredes que interceptaban la vista habían sido derribadas, y sobre la amplia y alta curva de la gran escalinata formaban un círculo los grandes del Imperio–, ante todos, ordenó al mensajero que partiera.

El mensajero partió en el acto; un hombre robusto e incansable; extendiendo primero un brazo, luego el otro, se abre paso a través de la multitud; cuando encuentra un obstáculo, se señala sobre el pecho el signo del sol; adelanta mucho más fácilmente que ningún otro. Pero la multitud es muy grande; sus alojamientos son infinitos. Si ante él se abriera el campo libre, cómo volaría, qué pronto oirías el glorioso sonido de sus puños contra tu puerta. Pero, en cambio, qué vanos son sus esfuerzos; todavía está abriéndose paso a través de las cámaras del palacio central; no acabará de atravesarlas nunca; y si terminara, no habría adelantado mucho; todavía tendría que esforzarse para descender las escaleras; y si lo consiguiera, no habría adelantado mucho; tendría que cruzar los patios; y después de los patios el segundo palacio circundante; y nuevamente las escaleras y los patios; y nuevamente un palacio; y así durante miles de años; y cuando finalmente atravesara la última puerta –pero esto nunca, nunca podría suceder–, todavía le faltaría cruzar la capital, el centro del mundo, donde su escoria se amontona prodigiosamente. Nadie podría abrirse paso a través de ella, y menos aún con el mensaje de un muerto. Pero tú te sientas junto a tu ventana, y te lo imaginas, cuando cae la noche.


Franz Kafka